Que es y para qué sirve
Después de treinta años de caminar por los senderos de la masonería, he decidido hacer un relato de cuanto he descubierto, me inicié a la altura de mis cuarenta años de edad, esto ocurrió en la década de los ochenta, y muchas veces me pregunté: ¿por qué no lo decidí en mis años de juventud?, cuando la condición física era suficiente para deambular por estos caminos. El ingreso a la masonería se realiza solo por invitación, en mi caso, ocurrió a mediados de esa década; es por eso que, hoy, me propongo establecer pasajes paralelos de mi vida masónica y mi vida profana.
También, debo confesar que los primeros tres años sufrí para comprender el objetivo real de la masonería, inclusive pensé en desertar algunas veces, sin embargo, algo en el fondo de mi pensamiento se resistía a tomar esa decisión, hasta que por fin, apareció un personaje que, al desarrollar el tema de uno de los grados masónicos, manifestó de tal manera el objetivo de dicho tema que, resultó un golpe maravilloso, comprendí el gran secreto, profundizar en cada tema que se trata en privado durante las reuniones, para utilizarlo y aplicarlo en la vida real, acorde a la necesidad de cada persona; debo reconocer que mi vida cambió radicalmente a partir de ese momento.
De mis primeros años de vida prefiero comentarlos conforme avance esta narrativa o al final de este proyecto para que se pueda valorar en su exacta dimensión, mis “grandes problemas” comenzaron cuando transité por la enseñanza secundaria, muchos eran mis sueños, pero todos inalcanzables por la carencia de fondos en la familia, máxime ocupando el séptimo y último lugar; cuando papá murió, mamá tenía solo 36 años; en ese momento yo cumplía seis meses de haber nacido, sufriendo ella, inmensa presión para conducirnos adecuadamente en aquellos tiempos, al inicio de la década de los cuarenta del siglo pasado; la familia se componía de cinco varones y dos mujeres, sin embargo, recuerdo como un sueño que mamá nos repetía: “todos deben llegar a ser profesionistas, de esa forma podremos salir adelante”; los recuerdos de mis primeros años indican que, el hermano mayor había terminado la carrera de ingeniería civil; por medio de su plaza de trabajo en la Secretaría de comunicaciones, la familia recibía un ingreso económico único y muy menor, por ende, mamá sufría mucho para atender nuestras necesidades, el resto de la familia no generaba ingresos, todos permanecíamos estudiando, de manera que la situación era caótica; en el año de 1951, yo cursaba el primer año de enseñanza secundaria, en una escuela ubicada unas “cuadras” de nuestro domicilio, por lo tanto me era fácil llegar a la “prevocacional # 4”, dependiente del Instituto Politécnico Nacional, así se identificaba este tipo de escuela, con un sistema de estudio que pretendía integrarnos al trabajo por medio de la práctica de artes y oficios, impartida por maestros capacitados en cada actividad; las materias académicas, impartidas por profesionistas en cada quehacer; pero mis inquietudes eran muchas y realmente no encontraba mucha efectividad en lo que nos enseñaban porque mi mente parecía viajar en otro sentido.
Mis conclusiones no comulgaban con las de mis hermanos y hermanas, así que, dije adiós a la escuela y trabajé en infinidad de actividades, algunas veces regresaba a la escuela pero los gastos corrían por mi cuenta, debo señalar que la enseñanza secundaria la terminé después de mucho tiempo y lo poco que obtenía en mis trabajos lo repartía con mamá, con ello quizás no resolvía el problema pero, eso me permitía sentirme importante.
La vida me condujo a infinidad de actividades, desde ayudar con las bolsas de mandado de las señoras comprando en el mercado, hasta llegar a un trabajo terriblemente pesado en la fábrica de cerveza muy famosa de esos tiempos, era la década de los años cincuenta, pero el sueldo y prestaciones eran muy atractivas, lo cual compensaba lo desgastante del trabajo los seis o siete días de la semana.
Esta narrativa, parece enlazar perfectamente en el legado la masonería. De acuerdo con escritos antiguos, le otorgan la paternidad de un camino natural hacía el triunfo en la generación de riqueza, a un importantísimo filósofo de los grandes iniciados: Pitágoras, desde entonces, este gran personaje enseña que para generar riqueza solo se requiere movilizar dos cosas: propiedad y trabajo; hablar de propiedad no solo se refiere a un terreno o una casa; el conocimiento también es una propiedad y se aloja en el cerebro, los conocimientos se adquieren en la escuela o se transmiten de padres a hijos con mensajes de boca a oído, los métodos son infinitos cuando se trata de comunicar usos y costumbres que se convertirán en cultura popular en todos los niveles, pero habrá que ponerse a trabajar; sin la iniciativa del trabajo nada se logra, entonces, es claro que uniendo el trabajo a la propiedad es como se genera la riqueza que no solo se trata de dinero, también de valores; con propiedad y trabajo evoluciona el ser humano, y Pitágoras establece una ruta a seguir en cualquier proyecto, al implementar la unión de la propiedad y el trabajo para generar la riqueza lícita; declara entonces: “cualquier proyecto debe fincarse en justicia y orden, comenzando por ser justo con uno mismo, vigilando oficiosamente cada situación para que la economía permita una previsión adecuada, constancia y emulación producen la intrepidez en cada proyecto, pero todo dispuesto con verdad, pues con justicia y verdad todo proyecto obtiene ciertamente un buen fin.
Continuaré mi relato mañana.