Masonería

Estándar

Que es y para qué sirve

La escuela de la vida

Durante el almuerzo comprendí los conflictos de mamá para guiarnos a partir de la muerte de papá, aunque no pude conocerlo físicamente, los comentarios de mamá resultaron suficientes para imaginarlo, en fin, creo que ahora me encontraba en la escuela de la vida: en la que, “aquel que no sabe aprende y el que sabe aprende más”; entiendo lo que se trataba el asunto de “trabajar”, comprendí también la necesidad de cuidar mi cuerpo como si fuera una máquina, capaz de producir dinero para cubrir las necesidades y participar con ese ingreso a la familia, tal vez con el objetivo de aligerar la “carga” de mamá; hoy comprendo mejor los postulados de la masonería, esa pedagogía que conocí en la década de los ochenta, hoy admiro con esplendor divino, lo que los maestros masones manifiestan: “duda siempre de todo lo que te digan, analízalo, pregunta, pide opinión, no te prestes indefenso como cera blanda, capaz de permitir que te  modelen a su antojo y que impidan que pienses, investiga y piensa siempre.

Durante los nueve meses que tu mamá trabajó como escultora, guardó en tu cerebro las facultades necesarias para tu vida autosuficiente: la inteligencia, el valor, la prudencia y hasta la filantropía, esperando a ser descubiertas poco a poco, a partir de tu llegada a este mundo, piensa que todo te lo entrega con la paciencia materna y en un momento de tu vida, cuando ya seas autosuficiente, cuando debas conseguir alimento por medio de tu forma de pedirlo, quizás por medio del llanto, tu mamá descubrirá que tienes hambre o frio o calor o el resto de tus necesidades, ella resolverá esas necesidades con toda la ternura de que sea capaz, hasta cuando seas en verdad autosuficiente y comprendas no solo el frio o el calor, la noche y el día e infinidad de revelaciones.

Mediante las “tenidas” como se denominan las reuniones masónicas, es como los maestros masones ayudan en la develación de los misterios del milagro de la vida, por medio de la fórmula: “duda de todo lo que te dicen, piensa, analiza, pregunta siempre, ¿Por qué? Y ¿Por qué? Esa la fórmula.

Las 9:30, hora de regresar a la actividad del manejo de las pacas de lúpulo. Al filo de las 12:00 horas mis manos ya sufrían desgarres tremendos en las palmas de mis manos por el manejo del famoso gancho y, entonces, aparece Don Luis Canals, que así se llamaba el jefe y me grita a determinada distancia: “Torres, y contesto”: sí, “¿Ya te cansaste?” No, “muéstrame las manos”, y se las muestro de manera que no viera el estado lamentable de las palmas; “entonces preséntate con Cabrera en los cuartos fríos para que te enseñe a lavar los tanques de reposo”. De acuerdo, así le respondo, y de inmediato me dirijo a dichos cuartos y oh sorpresa, el frio era verdaderamente intenso, quizás a 2 o 3 grados centígrados, y rápidamente el mentado Sr. Cabrera me dice: apúrate para que, rápido entres en calor con el ejercicio y no te haga daño el cambio de temperatura.

Ingresamos por medio de una pequeña puerta, como en una embarcación marina y la consiguiente sorpresa: era un tremendo cilindro de unos tres metros de diámetro y tal vez 10 o12 metros de profundidad, nuestra herramienta era un cepillo con mango muy largo con el que removeríamos los rastros de levadura, impregnados durante el mes que permanece la cerveza en reposo; había que limpiarlos solamente con agua, hasta dejarlos preparados para una nueva carga de cerveza recién fermentada, durante los siguientes 30 días; en esa sala se encontraban unos 20 cilindros, con capacidad para 70,000 litros aproximadamente, había que limpiar por lo menos 6 o 7 de ellos.

Cuando se acercaban las 3 de la tarde, hora de salida; la esperaba como novio primerizo y aparece nuevamente Don Luis Canals: “Torres”, sí. “Te quedas hasta las 3:30 vigilando los colectores de la cerveza, enviándola a filtros, hasta que llegue el relevo del segundo turno y mañana te presentas nuevamente a las 6 de la mañana”; y se retira de inmediato.

Deduzco entonces el resultado laboral en mi primer día en ese departamento, no resultó gris, más bien, brilló en cierto sentido; cuando  llegó el relevo, un compañero no joven, no viejo, más bien de edad madura, como buen maestro, me aconseja la manera de curarme rápido los daños a las manos y me sugiere que trate de dominar el trabajo de “cortador” como le llaman a ese puesto de trabajo que él desarrolla, porque, “tal vez Don Luis quiere que tu ocupes el lugar que quedará vacante en la próxima semana”. Este dato me obligó a quedarme una hora más, para entender el manejo de la cerveza en esa tarea, interesante desde luego, quizás, el viejo gruñón Don Luis Canals, simplemente podría haber decidido el futuro de mi camino por la empresa.

Así ocurrió en los tiempos de iniciación en la masonería, fue un médico quien me invitó a ingresar a la orden y como quien toma de la mano a su hijo, me fue guiando desde el momento en que me iniciaron hasta el final de la carrera masónica. Así Don Luis como muchos de los compañeros, me trataron de manera especial y lo defino así porque al describir mis experiencias en la fábrica, descubro una gran similitud con la experiencia del ingreso a la masonería, confieso que nada de esta disciplina conocía cuando sufrí en dicha fábrica; si me hubiese dicho alguien en ese tiempo que, años después comprendería la bondad de lo que sufría en ese momento, seguro lo hubiese calificado de loco.

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