Masonería

Estándar

Qué es y para qué sirve

A mediados de 1957, conocí la cervecería Modelo, asistí a una celebración sindical, para conocer y podía la fábrica, cuyo funcionamiento resultaba interesante y era una buena oportunidad para admirarla; fuimos recibidos por el delegado del trabajo, lo cual nos permitió la entrada directo al evento y comenzamos a recorrer las instalaciones; reconozco que me impactó mucho el movimiento de trabajo y el ambiente, era algo novedoso, nunca había conocido algo así; después de 30 minutos terminó el recorrido y se me ocurre decir: “quiero trabajar aquí. ¿Se puede?” Y el delegado del trabajo casi de inmediato me dice: mañana comienzas, me entrega un boleto muy pequeño, me enseña donde debo presentarme a las 6 de la mañana, me conduce con el jefe de embotellado, será el lugar de trabajo que iniciará oficialmente a las 7 de la mañana del día siguiente.

Lamentablemente he olvidado la fecha de este ingreso a la fábrica, pero, debió ocurrir en el verano de 1957. Con gran entusiasmo me presenté a las 6 de la mañana al lugar indicado, anotaron mi nombre y me dirigí al departamento de “llenado”, como se le reconocía al lugar donde se manejaban las botellas de cerveza listas para empacarse.

El trabajo consistía en revisar el paso de dichas botellas que se movían a una determinada velocidad, eso, impedía distraerse porque, si alguna botella mostraba menos líquido o mayor al especificado, o transitaran sin revisar botellas sucias o con objetos extraños en el interior de dichas botellas, pues el estado transparente de la cerveza es parte del encanto de esta bebida.

En esos tiempos las botellas de cerveza vacías, se recolectaban en las tiendas, tenían un costo que de denominaba “importe”, esto es, el valor de dicha botella, de manera que el riesgo de que se quedaran en el interior impurezas o cualquier otro tipo de cosas impregnadas resultaba fatal para la empresa; no se debía apartar la vista de la danza de las botellas, esa era la condición de la actividad, y si a su paso aparecía una o varias botellas con impurezas, había que separarlas del desfile y destruirlas sin pensarlo y sin apartar la vista de la línea de llenado, para lo cual contábamos con un recipiente a izquierda y otro a la derecha con resistencia necesaria para que las botellas separadas se destruyeran sin verlas, garantizando así, una impecable revisión; esto lo hacíamos por lapsos de 2 a 3 horas, la jefatura de ese departamento tenía calculado que, aplicando la revisión en esa forma sería confiable; total que esa actividad la soporté solo dos o tres días, por lo aburrido del asunto hubo necesidad de dimitir a esa tarea.

Hablé entonces, con el delegado del sindicato para que me asignara un sitio más interesante para trabajar y su respuesta inmediata fue, presentarme con el jefe del departamento de elaboración, un hombre maduro de origen español que de inmediato me dijo: “Tú no sirves para trabajar en este departamento es muy ruda la actividad, yo necesito trabajadores fuertes y robustos, capaces de soportar la carga de trabajo y tu apariencia de ninguna manera se ajusta a las necesidades”; como jamás en mi vida estaba dispuesto a recibir un “no” por respuesta, contesté de inmediato: “claro que puedo con cualquier trabajo, solo póngame a prueba”. Supongo que, por cumplir con el sindicato me otorgó el pase de entrada para el día siguiente con muchas dudas; preséntate mañana a las 6 de la mañana en este departamento, para prepararte, porque justo a las siete recibirás instrucciones en el puesto de trabajo.

A las siete de la mañana me envió a la zona de carga de barriles de cerveza, para colaborar en la entrega a los camiones repartidores; debían salir a distribución a más tardar a las ocho de la mañana para hacer el recorrido, de manera que en ese momento casi estuve a punto de renunciar, porque sentí que los dedos de mis manos parecían congelados por lo frío de los barriles a la hora de levantarlos; en ese tiempo los barriles eran de madera tratada y muy pesados, pero resistí; a las ocho, Don Luis, que así se llamaba el jefe, se dirige a mí, preguntando con autoridad exagerada: “Torres, ¿ya te cansaste?” No, le contesté; entonces ve con el encargado de controlar las “pacas de lúpulo”.

De inmediato me dirigí a cumplir la orden. El encargado me entregó un gancho metálico simple, me presentó al compañero que me guiaría en la forma de tomar el gancho y la manera de moverlo hasta colocar la “paca” de lúpulo en el lugar asignado, y pues, ni manera de renunciar, ya estaba metido en un embrollo de trabajo al que me había conducido la curiosidad, pronto vino la señal de las 9 de la mañana, hora de almorzar como se acostumbraba en determinados departamentos y este era uno de ellos, contábamos con treinta minutos para comer lo que había preparado desde la noche anterior en casa.

Nunca antes había encontrado un sabor tan maravilloso en los alimentos, hasta ese día comprendí lo valioso que es alimentarse con lo que esté al alcance, al momento en que el cuerpo lo necesita con urgencia; en el comedor colocaban recipientes conocidos como: “hieleras” con botellas de cerveza de un cuarto de litro y podíamos ingerir la cantidad deseada, no había límite, lo que pudiéramos consumir en la media hora del almuerzo, también comprendí la costumbre de tomar solo lo necesario; se gestó en mi organismo una especie de autocontrol de alimentos involuntariamente; reconozco que resultó muy benéfica la disciplina de la empresa; no puedo evitar hacer la comparación de la disciplina empresarial con la disciplina masónica, ella nos indica la manera de reconocernos a nosotros mismos, entender nuestro cuerpo, entender la vida, pero la vida real, no la que nos enseñan en la infancia nuestros padres o como lo muestra la gente que nos rodea, con ideas diversas, sin dudar de la información que reciben o han recibido. Continuaré con el relato mañana.

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