Somos la obra maestra de la creación, por lo menos los
sabios antiguos así lo declararon en su tiempo, comparaban las virtudes del ser
humano con los actos instintivos de los animales en la manera como observaron
la diferencia, calculaban los ilimitados recursos de la inteligencia al dominar
la materia, diseñar leyes y emplearlas en su beneficio, fue entonces cuando
gritaron: Somos la obra maestra de la creación.
Dios no puede habernos tratado peor que a los animales,
dándonos la previsión de la muerte, es entonces cuando declaran que si a la
vida material no sucediera una eterna, nada tendría sentido, quizás a eso se
refiera el goce de nuestro pensamiento o nuestra alma, dicho razonamiento sería
incompatible si no viniera de un poder superior que hace de nuestro cuerpo el
templo en que reina una emanación de la divinidad, esa gran inteligencia que
rige al mundo, como la mía al instrumento que me ha dado, soy hecho a imagen y
semejanza de Dios.
Afirmo que soy soberano por mi libre albedrío y tengo
derechos y deberes que debo respetar en mis semejantes. Así lo declararon los
antiguos filósofos y sus ideas no tardaron en verse generalizadas y sostenidas
por todos los pensamientos, pero exigían pruebas de la existencia del alma,
este raciocinio en lugar de afectarse con la tecnología moderna, adquiere nueva
fuerza, lo que puede calificarse como el carácter de la verdad.
Posiblemente esa verdad sea el resultado de la materia
orgánica en acción, o viene de una fuerza particular, es como el movimiento de
un péndulo de reloj, movimiento que no
existe por sí mismo sino que se mueve por medio de una fuerza aislada, pues
jamás un efecto es superior a la causa, admitimos entonces que un cuerpo es un
instrumento de una fuerza externa, como ejemplo podemos tomar el efecto del
oído como instrumento de la audición, mas no la facultad de oír, el cerebro o
los órganos de nuestra maquinaria son los instrumentos del alma o el
pensamiento.
como fuerzas materiales que solo son modificaciones a distintas apariencias de un
éter
universal, fluido que comprendemos por medio de nuestra inteligencia, esos
efectos de calor o luz y el resto no puede ser análoga de la materia, es
distinta y por eso se le define como fuerza inmaterial ya que nunca se destruye
aunque desaparezcan los cuerpos que las representan, por lo que esta idea la
concluyo afirmando que es la inteligencia quien domina los efectos caloríficos,
eléctricos, luminosos y magnéticos, demostrando que no viene de la materia que
es transformable.
distinguir lo bueno de lo malo y lo justo de lo injusto, apreciados por la
razón, elevan el alma a su divina esencia, a su creador, y nos convencen que el
alma es un destello divino, que ha
venido de esa divinidad y que a ella ha de
refugiarse, de tal suerte que la inteligencia y el instinto superior se reúnen y
demuestran que el alma existe y que a esa alma se debe el pensamiento.
sensibilidad que no se siente o una fuerza sin origen o punto de partida, porque,
si las fuerzas materiales, al destruirse los cuerpos vuelven al seno de la
naturaleza de donde salieron, el alma y el poder intelectual de los seres
humanos retorna al seno de su creador, “la inteligencia infinita”, demostrando
que en verdad somos una obra maestra, una obra divina que es la causa y el
efecto, la manera de hacer las cosas, que finalmente se convierte en el legado
a las generaciones futuras.